En Iquitos, una ciudad amazónica que se esconde entre la selva y el río, no solo crecen los árboles gigantes ni fluyen los caños de agua cristalina, sino que también florecen las pasiones humanas en todo su esplendor. Me follo a una trans en su cuarto de Iquitos, en un acto de deseo que se hace irresistible como la marea alta. Su cabello negro y largo cuelga sobre sus hombros como un velo obsceno, mientras que su sonrisa es un destello de lascivia que ilumina el espacio entre nosotros.
La primera vez que la vi, en una discoteca de la zona, me llamó la atención con su cuerpo escultural, resultando ser una trans de carne y hueso, sin artificios ni maquillaje. Ahora, en su cuarto, se encuentra desnuda sobre la cama, mostrándome su vagina como un jardín fértil que espera mi semilla. El ruido del ventilador y el susurro de los insectos afuera nos rodean, creando un ambiente sensual que no deja lugar a dudas.
La tomo en mis brazos, y me dejo llevar por la pasión, sin temor a nada ni nadie. Su perra es una maravilla que chupa mi pene con habilidad, haciendo que el deseo se transforme en un rugido animal. Le devuelvo los favores, y su chimbo me recibe con gusto, mientras que ella me chupa el cachón sin cesar.
En este momento, la pasión nos consume, y no hay nada más allá de nosotros dos. La ciudad de Iquitos puede esperar, los ríos pueden fluir, pero en este cuarto, solo hay sexo, deseo y placer. Me follo a una trans en su cuarto de Iquitos, y el mundo se detiene para disfrutar del momento sublime que nos envuelve.