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En Cusco, la ciudad de los incas, donde el sol brilla con intensidad y la pasión es un clima constante, se encuentra esta belleza que me mira a la cara, una verdadera putita de Cusco. Su cuerpo moreno y seductor llama mi atención desde el primer momento, su cutis perfecto y sus curvas generosas hacen que mi corazón late con fuerza. Me siento como un conquistador del siglo XVI, a punto de descubrir un tesoro escondido entre las nubes. La verga que tengo en la mano es el instrumento perfecto para hacerla miya, para penetrar su vagina, para hacer que su cuerpo se convierta en una fuente de placer inagotable. Me acerco a ella y comienzo a besar sus labios, a lamido su garganta, a acariciar su piel, hasta que no puedo más y la tiro sobre la cama, sin importarme el ruido que haga, para follárla con frenesí, hacerla mía, convertirla en mi puta de Cusco. Después, cuando me quedo sin aliento, la tomo en mis brazos y la llevo a la ventana, allí, bajo el sol que nos ilumina, le doy un beso profundo y le digo: «eres mi putita de Cusco, mi reina del sexo oral, mi perra que sabe cómo chupar una verga con maestría». Y mientras la miro a los ojos, sé que ha sido el momento más caliente de mi vida.